Nuestro espacio dentro de una naturaleza muerta Por Claudio Campagna

Nuestro espacio dentro de una naturaleza muerta

Por Claudio Campagna / Para Clarín Buena Vida

No somos una especie más, somos la única que vive acorde a principios comprobadamente erróneos, y la causa de la extinción de otras.

La Naturaleza es la fuente última de la buena vida, no sólo de la vida a secas. Pero el significado de Naturaleza no es sencillo. En sociedades predominantemente urbanas, Naturaleza es “lo verde”: tres árboles con pasto y casi alcanza. Naturaleza es también el “campo”, y campo es una plantación de soja o diez vacas. Una especie, por otro lado, es el gorrión, el delfín en el acuario o la jirafa en el zoo. Estamos en problemas.

También lo estamos cuando “el ambiente” se limita al aire que respiramos, o a la contaminación del agua, por ejemplo. O cuando entendemos como problema ambiental una catástrofe que nos afecta como humanos: una inundación, digamos. Con estas limitadas perspectivas, el telón caerá y dejará la obra inconclusa.
Estamos necesitando revitalizar la discusión ambientalista a partir de enfrentar un problema de generalización y otro de valoración.

Sorprende pensar en todo lo que creemos y generalizamos sin motivo.
“Dios proveerá”, por ejemplo, tiene una variante: “la Naturaleza proveerá”. La idea tiene arraigo colectivo. La Naturaleza proveerá mientras se le requiera lo que puede dar, que no es el caso. El consumo crece aún más rápido que la población. Decidimos que se nos debe proveer para satisfacer lo que imaginamos requerir. Imposible, pero es lo que es porque se confía en la omnipotencia de la Naturaleza.

Foto: Claudia Parreño

También se dice: “la Naturaleza manda”. Se piensa que si realmente estamos haciendo las cosas mal la Naturaleza lo va a impedir y lo hará a tiempo, pensamiento mágico si lo hay. Los que hoy “mandamos” somos nosotros, y nosotros no somos una especie más, somos la única que vive acorde a principios comprobadamente erróneos con relación al resto (¿no tienta entonces decir que no conformamos el concepto de “pertenecer” a la Naturaleza?).
                                                                                                     
El segundo frente a considerar es la debilidad en los valores. Las especies, cuanto más, tienen precio si son un recurso natural. ¿Y la valoración?... bien, gracias.
De todas las consecuencias nefastas de creer y generalizar sin asidero, la extinción de especies es la peor y menos comprendida. ¿Cómo es vivir si se pierden las esperanzas de ver una ballena o de escuchar al benteveo?

Urge replantear los códigos de valoración de la Naturaleza, y las especies son la puerta de entrada. Vivimos guiados, inspirados o indignados por principios. Los gestos más admirados de los líderes mundiales se relacionan con la expresión de valores éticos.

No importa el número, una o miles, la extinción de una especie por causa enraizada en el comportamiento caprichoso de los hombres es inaceptable. Lo es porque sí. Hay muchos “inaceptables porque sí” entre los valores éticos: poner en riesgo la vida de otros, por ejemplo. ¿Porqué no debería serlo la extinción? Se dice que las especies siempre se extinguieron, cierto, pero no entra en la cabeza que nunca lo hicieron con la frecuencia hoy ya instalada y por las causas hoy imperantes. La muerte podrá ser inevitable, ¿pero lo es la que se origina en un acto de terrorismo?

La incapacidad para expresar los valores del conservacionismo de especies se inicia en la debilidad del lenguaje para señalar el significado de una extinción y sus consecuencias vitales. La pérdida de vitalidad en la Naturaleza conduce necesariamente a una vida humana menos atractiva. El lenguaje cotidiano no capta bien ese valor.

Tenemos que reponernos y empezar de nuevo. Antes que la palabra está el señalar. Frente a un paisaje o una especie magnífica, con señalar alcanza. Apuntar con el dedo, mostrar y callar. Allí se encuentra el núcleo del valor, en lo que sentimos y sabemos que otros sienten. Si las especies se van, lo que queda no es ausencia, es vacío.


Foto Claudia Parreño

* Claudio Campagna es autor de los libros "Diario del Hombre que Piensa el Agua" y "Bailando en Tierra de Nadie", Editorial del Nuevo Extremo. FB: Claudio Campagna Libros

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