FRAGMENTO DE UN BELLO TEXRO DE GUILLERMO ENRIQUE HUDSON

…A veces, repentinamente frenética por las indignidades a que se la somete, hachando sus árboles, removiendo su blanda tierra, hollando sus pastos y flores, Natura se adorna con su aspecto más sombrío y terrible y como una hermosa mujer que cuando está furibunda no repara en su belleza, arranca de cuajo sus árboles más nobles, y levanta las cosechas y las revolotea a lo lejos como para brindar a los cielos un aspecto más horrible y sombrío. Todavía, juzgando insuficiente la oscuridad, inflama el tremendo caos que ha creado con un resplandor de luz intolerable mientras que el sólido mundo se estremece con sus airados truenos. Cuando ya parece que la destrucción está por caer sobre el hombre y su obra, cuando se está postrado y listo para perecer, con un temor excesivo, he aquí que el humor de ella cambia, su furiosa pasión se ha consumido sin dejar huellas y al levantar la mirada, sólo se ha de encontrar con su pacífica sonrisa. Estos sublimes cambios de humor son, sin embargo, poco frecuentes y rápidamente olvidados; el hombre aprende a desdeñar las amenazas de un cataclismo que nunca llega y sigue adelante otra vez para apuntalar su viejo árbol, para remover su tierra y hacer pacer su ganado sobre los pastos y las flores. Al final, el hombre habrá de someter a ese ser salvaje; ella luchará por muchos años para retener su antigua y dulce supremacía: en efecto, el no podrá repentinamente, alterar todo el antiguo orden al cual ella se aferra con tenacidad, tal como el piel roja a su vida salvaje. Su intento de asustarlo hasta desalojarlo fracasó. El hombre ríe de su máscara terrorífica -sabe que sólo es una máscara-, que además la sofoca y no podrá mantenerla por mucho tiempo. Ella se prosternará ante su yugo y será dócil sólo para traicionarlo y luego vencerlo. Miles de extraños trucos y sorpresas inventará para molestarlo. Elegirá cientos de formas de zumbarle en su oído y picar su carne con aguijones; lo enfermará con el perfume de sus flores, lo envenenará con su dulce miel y, cuando se decida a descansar, lo sobresaltará con la repentina aparición de un par de ojos sin pupilas y una lengua viperina. El arroja la semilla y cuando busca y espera que la verde cabeza aparezca, la tierra se abre y ¡hete aquí que surge un ejército de langostas amarillas de caras alargadas que avanza! ¡Es que ella también y caminando a su lado ha diseminado otra semilla milagrosa junto a la suya! El hombre no se da por vencido: asesinará sus criaturas rayadas y moteadas, secará sus pantanos, consumirá sus bosques y praderas con el fuego y lo salvaje perecerá de a miles, cubrirá sus llanuras con
manadas de ganado y oleadas de maíz y a sus prados con árboles frutales. Ella ocultará el amargo enojo en su corazón y, secretamente, al nacer el día, hará sonar su trompeta sobre las sierras llamando a innumerables criaturas en su auxilio. Está cercada y clamará por aquellos que la aman para que acudan en su ayuda. Esta no se hará esperar. Desde el norte y el sur, desde el este y el oeste llegarán ejércitos de criaturas deslizándose, y en nubes que oscurecen el sol. Los ratones y grillos inundarán los campos; miles de pájaros insolentes desharán los espantapájaros y se llevarán la paja que los rellena para construir sus nidos; todo lo verde será devorado; los árboles, a los que se les han arrancado la corteza se erguirán como enormes esqueletos blancos sobre la tierra yerma que se agrieta y calcina con el sol. Cuando el hombre se desespere llegará la salvación. El hambre caerá sobre las poderosas fuerzas enemigas, que se devorarán entre sí y perecerán. El hombre vive aún para lamentar su pérdida, para esforzarse, luchar altivamente y con decisión. Ella también lamenta la pérdida de sus criaturas que ahora, muertas, sólo servirán para abonar el suelo y dar más fuerzas a su implacable enemigo. Tampoco Natura está sojuzgada: seca sus lágrimas y vuelve a reír. Ha encontrado una nueva arma y a él le llevará tiempo arrebatársela de las manos. De muchas pequeñas y humildes plantas ella creará las poderosas malezas nocivas: ellas crecerán tras las huellas del hombre, lo seguirán por doquier y se adueñarán de sus campos como parásitos, succionando su humedad y minando su fertilidad. Por todas partes, como si fuese un milagro, tenderá su manto rico de hojas verdes, dañinas y el maíz será asfixiado por hermosas flores que dan una semilla amarga y un fruto venenoso. El las cortará por la mañana pero en la noche, volverán a crecer. Con su amante hierba, ella minará el espíritu del hombre y quebrará su voluntad. Ella, estará sentada gozosa, a la distancia; mientras que a él lo irá abrumando la lucha estéril y al final, cuando esté por desmayar, ella se apresurará otra vez a lanzar su llamado sobre las sierras, convocando a sus innúmeras criaturas para que acudan y lo destruyan totalmente.

Este cuadro no se sustenta en una mera fantasía sino en la naturaleza misma, la que se me brindó en el desierto: ha sido pintado, pues, con colores reales…

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